Ana B.Mendoza
Ana B.Mendoza

Cuento De Cuarentena II

Cambiar el pensamiento para mejorar


Semana 2 de confinamiento

Confirman la ampliación de la cuarentena. Las cosas no mejoran. El número de infectados sigue aumentando rápidamente y cada día se producen más fallecimientos. Las emisiones en la televisión siguen siendo las mismas que la semana pasada: especiales sobre el tema desde que te levantas hasta que te acuestas. Los programas que veíamos diariamente han cambiado. También se han paralizado las grabaciones de series y novelas, así que lo poco que emiten que no tiene nada que ver sobre el virus está repetido, aunque aún así se agradece, al menos hay alguna distracción. 

Los días se hacen eternos, ya es difícil dormir una noche entera. La radio acompaña pero no es suficiente. 

Consuelo ha tenido suerte y ha podido ver a uno de sus hijos desde el balcón de su casa. En una de sus conversaciones telefónicas hablaron sobre lo peligroso que es para los mayores salir y le ha llevado la compra que se ofreció a hacerle. No ha podido darle un beso como le habría gustado, pero no deja de ser una alegría.

Entre otras cosas en la lista le había pedido un saco de tierra y abono. Entramos en primavera y ha pensado que puede aprovechar y cuidar de sus plantas, tal vez así pase más rápido el tiempo. Su terraza, bastante grande en comparación con las de las construcciones actuales, está repleta de geranios, rosales, cactus, hierbas aromáticas... tiene una buena colección a la que dedicarle algunas tardes.

Desde allí no se puede ver a ningún vecino, tan sólo hay otra terraza en frente de la suya pero nunca sale nadie. Está sucia y desordenada, el inquilino no se ha preocupado nunca por mantenerla en condiciones. 

Otros días las risas de los niños jugando en el colegio daban vida al barrio, pero ahora también están en sus casas y no se oyen, tan sólo los hijos de algunos vecinos; el silencio es placentero a la par que inquietante. A cambio, los pájaros cantan alegres mientras revolotean de tejado en tejado y los gatos se adueñan de las calles.

Al levantar la vista ve pasar una cigüeña. Es bastante común pero aun así se le escapa una pequeña sonrisa. Saca una pequeñita silla plegable y decide sentarse un rato a observar el cielo. El aire libre le está sentando bien. Echa de menos sus largos paseos diarios, pero en esas circunstancias se puede considerar casi una privilegiada.

Por otro lado Juan cada vez se siente más deprimido. La soledad y el encierro están haciendo mella. Pasa la mayor parte del día sentado en una butaca al lado de la ventana. Ya ni siquiera enciende la televisión ni la radio. Todo está saliendo mal y no puede evitar tener miedo. 

A las ocho de la tarde, como todos los días, se asoman los vecinos a las ventanas y dedican unos aplausos a todos los que están cuidando de ellos. Al terminar uno de ellos saca un altavoz y suenan algunas canciones. Tan sólo dura un escaso cuarto de hora pero, de pronto un día, es lo suficiente como para recordarle a Juan lo que disfrutaba desde que era joven hasta hace poquitos años con todo lo relacionado con la música. Por fin, inconscientemente, esboza una pequeña sonrisa, y piensa que tal vez es buen momento para comprobar si todavía recuerda algo.

Se dirige a la habitación de su hijo mayor. Hace muchos años cambió la cama y el escritorio por un montón de cajas apiladas donde guarda lo que ya no usa o le trae recuerdos no muy agradables. En una de ellas se encuentra su vieja tuba, unos cuadernos de partituras y un par de álbumes de fotos de los tiempos en los que formaba parte de la banda de música. Junto a todo ello se halla también un neceser con un paño, una gamuza y algunos aceites necesarios para el mantenimiento del instrumento.

Se lo lleva todo al cuarto donde suele pasar las tardes y comienza a limpiar y acondicionar el instrumento.


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